Santiago, octubre de 2019. Las imágenes del pueblo chileno en las calles dan la vuelta al mundo. Lejos de ser un hecho aislado, el estallido social es el resultado de más de una década de luchas lideradas por la sociedad civil. Mientras la redacción de la nueva Constitución votada por los manifestantes sigue su curso, Eduardo Pávez Goye, fotógrafo y dramaturgo chileno, repasa estos años de protesta.
La magnitud del levantamiento popular chileno (3 millones de personas) y su duración (6 meses de movilización continua truncada por la crisis sanitaria) sólo es igualada por la violencia que el gobierno de Sebastián Piñera usó para reprimir a los manifestantes (oficialmente hay 34 muertos, 3400 heridos y numerosas denuncias de tortura y abusos perpetrados por la policía).
Si bien el estallido social chileno nos pareció brutal e inesperado desde Europa, las escenas de protesta de octubre del 2019 están cargadas de historia. Desde conciertos improvisados versionando los grandes estándares de la nueva canción de los años 70 hasta el lema « No nos rebelamos contra 30 pesos sino contra 30 años de políticas neoliberales », la revolución de octubre de 2019 hunde sus raíces en una larga tradición de movimientos sociales populares. Las demandas de los años de Allende, después las que sacudieron Chile durante la consulta y la posdictadura, y finalmente las que desembocaron en las marchas estudiantiles de 2011, forjaron la identidad política de una nueva generación que ya tiene edad para estar en el poder.
En 2021, a pesar de la crisis sanitaria y de varias cuarentenas, las demandas populares siguen presentes y la recién elegida Convención constitucional tiene la difícil tarea de redactar una nueva Constitución representativa de la compleja realidad chilena. En este intenso período de convulsión política, Gabriel Boric, Irací Hassler, Camila Vallejo y Elisa Loncón son representantes de una nueva clase política chilena, joven, diversa y nacida de las olas de movilización de 2011 y 2019. Con ellos, una nueva identidad chilena se abre paso por fin en las más altas esferas del país, que hasta ahora han sido dominadas por los funcionarios de la dictadura y sus herederos.
El legado de la izquierda estudiantil: entre marchas y abusos policiales
El movimiento estudiantil de 2011 fue la mayor movilización en Chile desde el fin de la dictadura. La repetición de movimientos estudiantiles cada vez más populares -primero en 2001 con el « Mochilazo », luego en 2006 con la « Revolución pingüína », y finalmente en 2011- atestigua el creciente descontento de la población y en particular de los jóvenes. Estos movimientos populares son el resultado de un largo proceso de cuestionamiento del modelo neoliberal impuesto por el Gobierno de Pinochet en los años ochenta.
Si los estudiantes siempre han estado a la vanguardia de este tipo de protestas, es porque la universidad ha sido históricamente el blanco del modelo neoliberal. Muy implicada en la oposición de los años 70 y 80, la población estudiantil encontró lógicamente un lugar de elección en la lucha contra el modelo educativo particularmente desigual inspirado por los Chicago Boys[1].
Entre las muchas personas que se unieron al movimiento en 2011 estaba Eduardo Pávez Goye, ahora dramaturgo, fotógrafo y estudiante de doctorado en la Universidad de Columbia en Nueva York. Aunque durante el estallido ya no era estudiante, fue como simpatizante y ex-participante en las marchas de 2006 contra la LOCE[2] que Eduardo decidió unirse a la protesta. En esos años, era guionista de televisión y fotógrafo aficionado; veía las manifestaciones como un buen ejercicio para practicar su arte con cámaras de película baratas. A medida que el movimiento cobraba fuerza y se intensificaba la represión de la policía contra los estudiantes, esta experiencia artística se convirtió en un verdadero proyecto personal. Eduardo describe como un « deber cívico » documentar la realidad de las manifestaciones.
Si tú no estás ahí registrando cuando le rompen la cabeza a un fotógrafo, nadie lo va a registrar. Se va a olvidar, y nadie lo va a creer; hay un registro histórico que depende de nosotros.
Eduardo Pavez
Como fue el caso con el movimiento AFI[3] durante las protestas de los años 80, él forma parte de una nueva generación que descubre la fotografía de protesta y se establece como una auténtica fuente de información alternativa a los grandes medios de comunicación. « Nuestra forma de hacer frente al poder mediático de la televisión y los periódicos era hacer fotos y colgarlas afuera de las universidades, en los pasillos de las escuelas y en las calles », explica entusiasmado desde su piso de Nueva York. Aunque han pasado 10 años, Eduardo no ha perdido ni un ápice de su pasión por el tema y su actualidad: « Hoy es un discurso mucho más aceptado, pero en 2011, cuando les decía a mis amigos ‘la policía va a las marchas, golpea la gente sin motivo, destruye semáforos y nos tira piedras’, nadie me creía. Me decían radicalizado o loco, pensaban que inventaba cosas ».
El movimiento estudiantil de 2011 marcó el inicio de una fuerte represión policial, que persiste en la actualidad. Esta violencia es un aspecto inevitable de las protestas y no hace más que reforzar su carácter histórico. De ahí nace la urgencia de registrar la realidad desde la calle, como bien lo relata Eduardo: « Esta sensación de peligro, violencia e injusticia, de que te puede matar la policía durante una marcha simplemente porque estás sacando fotos, me hizo sentir que era importante. El registro histórico de esta violencia depende de nosotros ».
Los fotógrafos presentes en las protestas de 2011 fueron testigos valiosos que contrarrestaron el discurso oficial del gobierno sobre las protestas. A medida que el movimiento social fue aumentando en Chile, las fotografías se exportaron a Argentina donde fueron presentadas en exposiciones y mediante la publicación de fanzines. Una iniciativa similar se renovó en el 2019 con el proyecto AMA[4] que documentó el registro de casos de violencia policial durante las marchas.
Romper con el legado de la dictadura
Para muchos jóvenes chilenos, las protestas de 2011 son un primer paso en la vida política y una puerta de entrada a multitud de preguntas sobre el estado de la sociedad y sus deseos de cambio. Como explica Sofía Donoso, investigadora del COES (Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social), el sentimiento de falta de representación del gobierno, de los diputados y los políticos es un fenómeno creciente desde la década de 2000. Los jóvenes chilenos ya no se reconocen en los partidos tradicionales; les resulta especialmente difícil sentirse satisfechos con el modelo dominante, mientras se enfrentan al desempleo, a un sistema educativo elitista y a una precariedad económica creciente. En este sentido, esta generación es diferente a la generación tradicionalista que creció en los años 80, que antepone la familia y el trabajo a los asuntos políticos. Los fracasos del sistema neoliberal fomentado por la dictadura hacen que la nueva generación pierda confianza en los preceptos de consumo excesivo, compra a crédito y endeudamiento promovidos por el capitalismo.
Esta brutal diferencia de modo de vida, provocada por niveles de pobreza cada vez mayores, afecta especialmente a los jóvenes y nutre su resentimiento. « El sistema es cada vez más violento. Siempre he sentido mucha rabia contra este sistema que nos prometió tanto cuando éramos niños, mientras mataba y torturaba a la gente para sobrevivir » comenta Eduardo, recordándonos las profundas huellas dejadas por la dictadura en la sociedad chilena del siglo XXI. Para él, las marchas de 2011 expresan a su manera el desafío a la narrativa nacional impulsada por el régimen de Pinochet y sus defensores durante décadas. « El discurso que predica que Allende era malo y que era necesario matar a los comunistas basta para la derecha radical, pero ya no convence la mayoría de los chilenos. Hay que seguir combatiendo a esta derecha, diseccionándola, cuestionándola y desarmándola, por toda la gente que está marchando en las calles » añade Eduardo. La sociedad chilena sigue polarizada, sobre todo en el tema de la época de Pinochet y la impunidad de los antiguos « oficiales de la dictadura », que siguen siendo populares entre una parte de la población y que todavía consiguen ocupar el frente del escenario, como fue el caso con José Antonio Kast durante las elecciones presidenciales o Jorge Arancibia Reyes, antiguo ayudante de campo de Pinochet y miembro de la comisión de derechos humanos de la nueva Constitución.
Sin duda, el movimiento de 2011 llegó demasiado pronto; una parte de la población no estaba preparada para llevar a las urnas las reivindicaciones de la calle. A pesar de la duración y tenacidad de los manifestantes y de algunas concesiones del gobierno, la esperanza acabó por desvanecerse. « Todos teníamos la esperanza de cambiar el sistema educativo chileno en aquel momento… Pero no ocurrió », lamenta Eduardo, añadiendo que « [se fue] de Chile con el corazón roto por la política ».
Desde el 2011, personalidades del movimiento estudiantil han llegado a ocupar cargos de representación en el Congreso nacional o el Gobierno. Un ejemplo es Camila Vallejo, dirigente de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile (FECh) y reconocida internacionalmente, que ha contribuido a llevar la voz del descontento popular a la Cámara de Diputadas y Diputados de Chile como representante del PCCh (Partido Comunista de Chile). Esta nueva generación creó el Frente Amplio, una coalición política que culminó en las elecciones legislativas de 2017 con la elección de 20 diputados y un senador. Sofía Donoso se refiere al Frente Amplio como un « partido-movimiento »: un partido que es el resultado directo de la movilización social y cuyos integrantes se han formado políticamente fuera de los cauces habituales, lo que les confiere una mayor legitimidad ante un pueblo desalentado por los modelos políticos tradicionales.
Más allá de su escala y duración, las protestas del 2011 produjeron cambios fundamentales en el sistema educativo chileno, como lo evidencia la derogación de la principal ley de educación secundaria, así como los aumentos sustanciales de presupuesto o la creación de nuevos organismos públicos reguladores y becas. Las encuestas revelaron que el 70% de la población apoyaba el movimiento y sus demandas de una educación gratuita y de buena calidad.
Pero se siguen teniendo recelos sobre la capacidad de los exlíderes estudiantiles a aplicar realmente sus políticas. A menudo, personas como Camila Vallejo, Giorgio Jackson y Gabriel Boric son consideradas « figuras mediáticas » más que verdaderos portavoces de los manifestantes. Como explica Sofía Donoso, « cuando un partido político se siente amenazado, hace esfuerzos por integrar figuras provenientes de la base del movimiento social ». Pero al « profesionalizarse », estas figuras pierden parte de la autenticidad y legitimidad que podrían haber tenido entre sus compañerxs activistas. Si bien los principales líderes de 2011 tuvieron que amoldarse a la política y transigir con el poder gobernante a lo largo de estos últimos 10 años, han contribuido en centrar el debate político en cuestiones feministas, raciales y medioambientales.
En el 2019, el movimiento social se enriquece en términos de identidad. Se afana por celebrar su pasado, reformular los símbolos de la identidad chilena y multiplicar las referencias a viejas luchas sociales, especialmente las de la Unidad Popular de Allende. Durante las marchas, la canción « El pueblo unido jamás será vencido » (interpretada por el grupo Inti-Illimani) es retomada por miles de personas en la Plaza de la Dignidad; la multitud baila al compas del chinchín y de canciones tradicionales como el « Baile de la tinaja » en las calles de Santiago. Se reivindica una cultura que había sido denigrada mucho tiempo por el gobierno, como bien lo enfatiza Eduardo: « Las canciones oficiales de las fiestas patrias instauradas durante la dictadura no eran la cueca tradicional del campo, sino la cueca latifundista, con armonías importadas de Europa, un hermoso traje y un pañuelo blanco… Era un baile de salón, en definitiva ». A esta imposición cultural se agregó la ideología mítica del individualismo, importada de Estados Unidos, que influyó en gran parte sobre la economía y la cultura bajo Pinochet. « Creo que las protestas de 2019 han reinventado una identidad que la gente asume con orgullo, algo que la derecha no puede borrar. Es el orgullo de una tradición que no es ni del campesino ni del policía; una especie de contracultura que hunde sus raíces en nuestro patrimonio cultural multiétnico » concluye Eduardo.
La reivindicación de este pasado negado y de un estado pluriétnico fueron puntos nodales en los debates que animaron la sociedad chilena y la Convención constitucional. Y a pesar de la victoria del rechazo a la primera propuesta de nueva Constitución el pasado mes de septiembre, el cambio está en marcha en Chile. « La situación política y los bloqueos institucionales sólo pueden llevar a otra revuelta social en los próximos años », opina Eduardo. « Mi único temor es que sea aún más violenta que la de 2019, porque lamentablemente la gente ya no tiene mucho que perder », concluye.
Élise Pia
Lyon, mayo de 2022.
__
Entrevistamos a Eduardo en septiembre de 2021. Desde entonces, la situación política en Chile cambió mucho, ya que la propuesta de una nueva constitución fue rechazada por el pueblo chileno. Volveremos sobre las razones de este rechazo en un próximo artículo.
Muchas gracias a Eduardo Pavez Goye por su tiempo, sus respuestas y sus fotos. Las fotografías compartidas en este artículo provienen de su serie fotográfica « Campos de batalla« . Pueden encontrar y apoyar sus diversos proyectos acá.
___
[1]Los Chicago Boys son un grupo de economistas chilenos formados en la universidad de Chicago por su fundador Milton Friedman, ardiente defensor del liberalismo en los años 1970. De regreso a Chile, ayudaron a llevar a la práctica las reformas liberales de la política económica del gobierno de Pinochet, a las cuales Friedman se refería como al « milagro chileno » y que desde entonces han sido ampliamente criticadas.
[2] La Ley Orgánica Constitucional de Enseñanza, implementada durante la dictadura, definía el nivel mínimo de enseñanza en la escuela primaria y secundaria. Su reforma fue una de las principales demandas de la Revolución pingüina.
[3] Entre 1981 y 1990, la Asociación de fotógrafos independientes (AFI) permitió la difusión de fotografias no oficiales, tomadas durante las marchas en las calles de Santiago, que escapaban los cauces de comunicación del gobierno.
[4] Un proyecto que puede consultarse en el siguiente enlace: Proyecto AMA. Archivo de Memoria Audiovisual.